Así comienza relatando su experiencia quien no sabe qué le ha hecho más daño, si el haber sido víctima de explotación sexual o ser “acusada” de sinvergüenza por la gente que ama y que pensó que nunca volvería a ver.
Para justificar este dolor que “llevo en el pecho”, como ella tantas veces dijo durante la entrevista: “He tenido que ponerme en su lugar, he tratado de comprenderlos, aunque a quien se debió comprender es a mí. No se imagina usted lo fuerte que es regresar con tu familia y escuchar comentarios: ‘yo juraba que tú estabas muerta’, ‘aquí el que se pierde no aparece, tú apareciste porque estabas c…’, y cosas así de feas”. Toma una servilleta de encima de la mesa y se seca las lágrimas que desde el principio estuvieron como “invitadas de honor”.
Ella juraba que ese iba a ser el día más feliz de su existencia. Le hacía ilusión reencontrarse con su familia, volver a la vida y dejar ese mundo oscuro donde desde los 14 años la envolvieron. “Pero fue muy triste. Nunca voy a olvidar la cara de mi papá cuando el psicólogo y los agentes le contaron lo que nos había sucedido. Yo entiendo que no es fácil para un padre, pero 'conchale', te están diciendo que fui víctima…”. Llora y lo hace por un largo rato. Eso deja claro que ella tiene mucho qué sanar todavía.
Al reponerse no pierde tiempo: “El caso es que mi papá quería caerme encima a darme golpe, que él no tenía ni quería hijas prostitutas, que me fuera por donde mismo entré, porque total, ya me creían muerta. Fue horrible y vergonzozo”. El psicólogo se tomó su tiempo y habló mucho con él, los agentes le mostraron fotos del sitio cuando lo intervinieron, y ahí fue comprendiendo que su hija había sido víctima, no victimaria.
El amor materno
A la dueña de esta historia lo que la ha mantenido de pie, sobre todo, a principio de su llegada, ha sido el amor de su madre. “Desde que mi papá amagó para darme golpe el día que llegué, ella se metió, se puso delante. Esa ha llorado conmigo, esa es la que desde que me ve un poco callada, me pone conversación, me cuela un café… En honor a la verdad, fue la única que se puso feliz cuando volví, y fue la que me conoció al instante”. Su rostro, pese a haber pasado ochos años, no había cambiado mucho. Es una mulata muy hermosa.
Ella no entiende cómo fue que no le dio un infarto a su mamá cuando la vio viva. “Recuerdo que ella estaba en la cocina poniéndose en función con la comida, y la hermana mía gritó: ‘Mami ven a ver quién apareció, ven, volvió tu hija”. No pudo seguir con esta parte porque el sólo hecho de contarlo la devuelve a los sentimientos que la invadieron en ese momento.
“Esa mujer salió corriendo y sin saber de dónde yo venía, sin preguntarme nada, me abrazó, me tocaba a ver si yo estaba entera, me decía: ‘¡Negra, ¿y es verdad que eres tú!?, yo te guardé luto’, y lloraba sin parar. Hubo que darle agua de azúcar y mi hermana tuvo que terminar de cocinar”.
Desde ese momento ha contado con el apoyo materno. “De eso hace casi ocho años, y ya mi papá ha cambiado para bien, pero en muchas ocasiones me la ha puesto difícil. He tenido que ser casi una santa para que a él se le quite de la cabeza que soy una p…”. A veces ha preferido que la siguieran dando por muerta.
Tuvo que soportar también el ‘bullying’ de algunos vecinos que a ella y a su amiga, le decían: ‘no estaban muertas andaban de parranda’. "De hecho, mi hermano mayor tuvo problema con uno por esa misma cosa. Y nada, el tiempo se encarga de todo, pero la pena mía no se ha ido”. Es triste saber esto.
“Lo más triste es que cuando volví a la vida ya mi abuela querida había muerto”
La protagonista de este relato no le quita mérito a lo contado por su amiga la semana pasada. Ambas fueron víctimas de explotación sexual, pero sus historias fuera de ese encierro son muy diferentes. “Realmente, mi canchanchana, mi hermana que me regaló la vida, y yo, vivimos algo que no se lo deseamos a nadie. Ahora bien, tengo que reconocer que, en lo emocional ella está mejor que yo, pues el no tener quien le reproche y la juzgue, vamos a decir que le ayudó”. No se alegra por ello. Es importante recordar que la madre de su amiga, quien dio vida a la historia de la pasada semana, cayó en vicios cuando su pareja la abandonó embarazada de ésta.
Precisamente, la acogida que le dio su familia a su compañera de infortunio, es algo que ambas agradecerán de por vida. "Aunque al principio no se manejaron bien en mi casa, no olvido que me permitieron darle la mano y tenerla con nosotros. Bueno, cada vez que dice que se va a mudar para darnos nuestro espacio, mi papá le dice que se estabilice, aunque claro, ella no se queda atrás, ella ayuda en la casa con lo que esté a su alcance y con oficios”. Reitera que esa es su hermana que Dios le regaló.
Es una joven agradecida. Si no fuera por la valentía de su amiga, un año menor que ella, “yo estuviera muerta, porque intenté quitarme la vida varias veces”. Llora y admite que no aguantaba más vivir en ese mundo “de tantas lacras”. Le deja a Dios la justicia de quien le hizo aquel daño en el año 2008.
Lo que encontró al llegar
En ocho años pueden pasar muchas cosas en la vida de una familia. En ausencia de la dueña de esta historia murió su abuela paterna, que era quien básicamente se encargaba de ella. “Esto fue lo más triste. Me dolió el corazón cuando pregunté por ella y me dijeron que desde que yo desaparecí comenzó a deprimirse hasta que se enfermó y, en menos de dos años de yo no estar, ella falleció”. Se limpia las lágrimas y aprovecha para demostrar su amor a su abuelita, pasándole la mano a una foto que tiene de fondo en su celular.
Otra sorpresa para la joven que hoy cuenta su experiencia tras ser liberada luego de durar ocho años siendo víctima de explotación sexual, es que uno de sus tíos se ganó la lotería, que su hermana mayor se había casado y “que me convirtió en tía, y de verdad, en esos primeros días cuando regresé, esos niños fueron con una medicina para mí”. Escucharla hablar con tanta ternura sobre ellos originó la pregunta de que si le gustaría ser madre. “Claro, se lo pido a Dios. Hubo momentos, cuando estaba en aquel lugar, que no pensaba en nada de eso, pero hace unos años que sí, que sueño con tener a mis hijos”. Acaba de cumplir 30 años y tiene un novio que le ha devuelto la vida.
No pasa por el alto mencionar que, cuando volvió, estaba renuente a tener pareja. No quería que le hablaran de eso. Los traumas que ella y su amiga acumularon en aquel encierro, no le permitían pensar en la felicidad. “Lo único que queríamos era ser libre y en una relación las dos veíamos otro tipo de prisión. Pero gracias a Dios, el tiempo pone muchas cosas en su lugar. Tengo casi tres años con esa persona y de verdad, es como un ángel caído del cielo. Mi amiga también tiene un buen hombre, aunque lo de ella es su estudiadera”. Dice esto y se ríe por primera vez durante la entrevista.
Sobre los estudios y capacitarse como lo hace su “hermana de la vida”, esta mujer está casi convencida de que tirar páginas para la izquierda “no es lo mío”. Ahora bien, se autofine como una “buena negociante”. “Eso es lo mío. A las dos, mi tío nos dio trabajo, y al año y pico ya yo tenía mi negocito aparte. Con él trabajo de 6:00 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde. A las 2:00 abro mi cafetería y vendo jugo, tostadas, sándwich, y me gano mi dinero. Este año, pretendo agrandar el negocio”. Sus manos delatan lo mucho que trabaja.
“Hay que respetar a la víctima”
La duela de esta historia es clara en lo que piensa y lo que dice. “Basta ya de creer que la explotación sexual infantil se da porque los niños, las niñas y los adolescentes andan ‘leventiando’. Eso no es así. Eso se da porque hay muchos maleantes en la calle buscando la forma de hacer daño, se da porque hay padres que no cuidan bien de sus hijos, y se da porque las autoridades no terminan de tomar el control de esta realidad”.
Lo dice con firmeza y con rabia porque por todo esto ella perdió ocho años de su vida y todavía sufre por haber sido juzgada como la mala de la película cuando en realidad, ella y su amiga fueron víctimas, como lo son muchos otros menores de edad en el país.
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