Por: Ángel Lockward
SANTO DOMINGO.-Por primera vez desde 1822, cuando se produjo la invasión haitiana, América parece estar en condiciones de abordar el problema haitiano, definido por el presidente Abinader en la reciente Asamblea General de la ONU, como un problema regional; se han unido México –afectado recientemente como puente a Estados Unidos– y Panamá. Hace poco, el tema fue objeto de debate en Chile y, ya hay algunos problemas en Colombia y Brasil.
Haití, aquejado a lo largo de su historia, como otros países del continente, por gobiernos militares, se debió suponer que cerró –penúltimo en América– ese ciclo en 1986 con la salida al exilio hacia Francia, de Jean Claude Duvalier, pero eso no sucedió.
Gobiernos de facto, elecciones frustradas y golpes de Estado hasta la ascensión, en 1991, de Jean Bertrand Aristide destituido poco después por los militares: La reacción internacional fue casi unánime, fuerte, incluyendo embargo y bloqueos que tres años más tarde produjeron el retorno del destituido y la disolución del Ejército, una institución que existía en Haití desde su fundación, dos errores gravísimos frutos de una buena intención política llena de ignorancia histórica y cultural.
El siguiente presidente, Rene Preval, inició su mandato (1996-2001) lleno de buenas intenciones, en cierta forma frustradas por la división política del grupo Lávalas liderado por Aristide, quien se presentó al término del período y ganó las elecciones: Esta vez (2001-2004) fueron los Estados Unidos los que propiciaron su salida enviándolo al exilio a África: Durante todo ese tiempo hubo intervención extranjera, pues no se contaba con ejército, ni policías locales.
Preval volvió a ser electo y sobrevino el terremoto del 2010 con efectos terribles; República Dominicana, como era su deber, fue la primera en llegar con asistencia masiva y, el mundo, practicando el turismo de catástrofes, alimentó el principal renglón económico de ese país que es la miseria como materia, como pretexto de las organizaciones internacionales y los empresarios y políticos haitianos.
Esa nación estaba entonces intervenida por Naciones Unidas a través de la Minustah que luego de gastar miles de millones de dólares, hubo de marcharse tras su fracaso total, pues a su salida dejó el espacio listo para que se fortalecieran las nueve (9) bandas criminales que tienen el control de todo el territorio, atracando, secuestrando, robando, cobrando peaje al tráfico de drogas y la venta de armas.
El período de Martelly (2011-2016), cantante elegido presidente, sufrió las mismas falencias que los previos, la principal derivada de un sistema político extremadamente fraccionado en que el Presidente de la República –que es solo Jefe del Estado– para formar Gobierno a través del Primer Ministro, como Jefe del Gobierno, requiere de hasta 14 partidos políticos representados en el Parlamento, un órgano muy corrompido que casi siempre caduca por falta de elecciones a tiempo.
Por este sistema político, complejo, impropio de un país sin los rudimentos democráticos básicos, esa República –con gente pero casi sin ciudadanos– ha sabido estar hasta 23 meses sin Gobierno y, es el que deseaba cambiar mediante una modificación constitucional el último Jefe del Estado, Jovenel Moise: Nótese que el día de su asesinato –aún sin resolver–, debió ser sucedido por el Presidente de la Corte de Casación, quien había muerto, por el Primer Ministro, quien estaba destituido, por el Primer Ministro designado, quien al estar caduco el Parlamento, no podía ser ratificado, eso sólo se ve en la patria de Toussaint.
Desde hace 34 años cuando se marchó el último Presidente Vitalicio todos los indicadores económicos y sociales de esa nación, la racialmente más pura de América por efecto de su Constitución que requería el color negro como requisito para conceder la nacionalidad, han desmejorado sostenidamente, no obstante los miles de millones de dólares que la comunidad internacional ha invertido: Haciendo más de lo mismo no se obtendrán resultados distintos, no se trata de elecciones... libres, observadas, participativas y otros cuentos propios del que tiene comida, medicinas, techo, trabajo y alguna esperanza de mejoría. En Haití hay 11 millones de personas, que cada día tratan de sobrevivir... no de ciudadanos con deberes y derechos que ejercer; si la hipocresía política continental no admite esa realidad, todo lo que se haga es inútil, seguiremos perdiendo el tiempo y dejando empeorar el problema.
Luis Abinader presentó bien el tema, fue oportuno y logró llamar la atención de otros mandatarios del continente; él, no podía pedir una intervención –contraria a la política dominicana de no intervención–, ni presentar la idea de un fideicomiso internacional para un vecino, que es lo que hace falta: Esos planteamientos son propios de los ciudadanos, politólogos, investigadores, miembros de organismos, no de los jefes de Estado.
El Presidente dominicano no podía –pues la verdad suele ser ofensiva– declarar lo que ha establecido Fund For Peace desde el año 2005 a lo largo de 16 años, que Haití es un Estado fallido colocado en el 2021 en el lugar 14 del mundo, el único americano en los primeros 25, con el triste índice de 97.5 por su presión migratoria, de emergencia humanitaria, sentimientos étnicos, fuga de cerebros, pésimo desarrollo y severo declive económico, criminalidad, deslegitimación del Estado, progresivo deterioro de los –casi inexistente– servicios públicos, ausencia de Estado de Derecho, ausencia de aparato de seguridad e intervención extranjera, entre otros.
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