A\nte la crueldad de un bicho malo la heroicidad de un pueblo bueno, la ciencia, Dios y el buen el manejo. Tal que aquí estamos, ni indignados ni rabiosos, pero sí muertecitos de miedo y aburrimiento. La incertidumbre, con su manto de ansiedad y depresión es la otra pandemia que acompaña hoy al mundo.
El Covid-19 avanza, las víctimas mortales aumentan. Hay que improvisar si es necesario y aprender de errores propios y ajenos. Por ejemplo, el drama de San Francisco de Macorís debe ser didáctico, pues todo vino de una irresponsabilidad ciudadana y de un titubeo de la autoridades en un exceso de celo por respetar los derechos ciudadanos de la afectada, pero resulta que cuando la salud de una sociedad está en
juego, los derechos ciudadanos pasan a un lejano segundo lugar.
ºHay que aprender, por ejemplo, de los países (y un pueblo de Italia) que han enfrentado con éxito la pandemia. En el caso del pueblecito de Vo’ Euganeo, cuenta la BBC en un excelente reportaje, que desde que allí se recibió la información, en la escuela de la comunidad se instaló un centro de análisis y se le aplicaron test de contagio a todos los habitantes.
En Corea del Sur se realizan unas 10 mil pruebas por día, lo que les ha permitido aislar con éxito a la población que no presenta síntomas. En Japón las autoridades se concentraron no tanto en aislar como en identificar los focos de infección y proteger a la población más vulnerable. Singapur, además de los test, utiliza los “detectives tecnológicos” a partir de algoritmos, que les han permitido conocer el movimiento del virus y de ese modo cortar los focos de infección. Alemania se concentró en realizar -rápida y masivamente- pruebas a la población, y por eso su baja tasa de mortalidad, a pesar de su alto número de contagiados.
Dos elementos son comunes en estos casos de buena gestión: la realización masiva de pruebas y el aislamiento.
Ahora tocaría hablar de la responsabilidad ciudadana ante todo esto, pero como se termina el espacio, mejor concluir con el lema de la genial campaña de la Policía de Medellín que lanzó a las calles un carro fúnebre con un ataúd expuesto y la siguiente inscripción: “Aunque todos tenemos que morir, no nos matemos”. Joder, quédese en su casa.
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