Algo le dijo que lo que tenía que hacer era pedir perdón, así que se armó de valor (no es fácil pedir perdón) y así lo hizo. “Excúsame” - le dijo - “no sé qué me pasó. Metí la pata. Perdóname...” y su esposa lo perdonó.
Pero Fello hizo algo más. Como él es un hombre católico práctico, quiso pedir perdón también a Dios. Fue donde un sacerdote, le contó lo pasado y el sacerdote, en nombre de Dios, también lo perdonó.
Pero Fello seguía sintiéndose culpable y de mal humor por aquella falta. No había recuperado la paz.
Ahora yo le pregunto:
¿Cuál era la causa de su malestar?
Recuerdo haber hecho esta pregunta a un grupo de personas muy humildes a quien había tenido el honor de darles una charla. Ellos dieron enseguida la respuesta correcta a mi pregunta: Él estaba incómodo porque, a pesar del perdón recibido, no se había perdonado a sí mismo.
¡Pobre Fello! Sin duda, él tenía metida en su cabeza la convicción de que él no se podía equivocar, que él tenía que ser perfecto.
Pero no es sólo Fello. Parece que muchos de nosotros tenemos dificultad en dejarnos perdonar. Judas, por ejemplo, a pesar de que se arrepintió, no pudo dejar entrar el perdón de Jesús, quien lo llamó dulcemente “Amigo” después de su traición. En consecuencia se de-sesperó, y fue y se ahorcó.
En cambio Pedro, quien había negado tres veces a su querido señor y maestro, percibió, acabando de hacerlo, una mirada llena de compasión y de perdón de parte de Él, y fue tan grande su emoción que lloró su error, mientras se dejaba amar hasta el fondo y humildemente.
Recibió ampliamente el perdón y siguió adelante, lleno de agradecimiento.
Creo que en el mundo existimos dos clases de personas: los Judas y los Pedro. El malestar de los primeros hace que necesiten llenar su vacío con algo y lo buscan en el exterior para de alguna manera dejar de escuchar esa voz interior que los sigue condenando. Un borracho, sea de vino o sea de riquezas, acalla su autorecriminación, al menos momentáneamente. Pero nada exterior tiene el poder de darle el bien más preciado que existe: paz interior y gozo.
Los Pedro, en cambio, aunque arrepentidos de sus fallas, abren su corazón a la misericordia infinita de Dios, y se dejan llenar de ese amor compasivo que no pide explicaciones ni exige perfección, porque comprende la fragilidad de nuestra naturaleza.
¡Ay, si usted se dejara perdonar! Estamos cerca de Semana Santa. ¿Le parece un buen plan esta semana abrir su corazón confiadamente al amor, dejarse amar hasta el fondo, dejarse perdonar por Dios y perdonarse a sí mismo?
La pregunta de hoy
¿Qué esfuerzo tengo yo que hacer?
“La vida del alma -dijo Teresita de Lisieux- consiste en el abandono, y no en la conquista”.
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