La suspensión de las municipales tuvo el resultado que se conoce: reclamo, denuncia, crispación, escrache, y empoderamiento de jóvenes y de artistas populares.
Un hecho extraordinario y único en la historia política y electoral del país tenía que provocar una reacción extraordinaria.
La Plaza de la Bandera habló, aunque tal vez no de manera clara. Dios confunde a los hombres en su ira, evitando situaciones que sean irreparables.
Aunque también están los daños colaterales, los del corazón de la auyama que solo conoce el cuchillo de los partidos y de los candidatos.
El oficialismo salió a las calles el pasado fin de semana como si lo ocurrido no afectara su campaña. La oposición -- por el contrario -- debió quedarse en casa.
La explicación que se dio no sirve de excusa, pues se sabe de antiguo que quien va a villa, pierde su silla. Si las calles eran propiedad única de la oposición, esta debió ampliar su espacio y ocupar las calzadas.
Lo que se dice, y los candidatos no asumen, es que los fondos se acabaron y no es fácil reponer presupuesto. Estaba previsto febrero, y mayo, y hasta junio, pero no marzo.
Sin gasolina no se mueve el vehículo, y la gasolina cuesta dinero, y ese dinero no lo tienen los candidatos de la oposición.
Considerando al votante dominicano, que olvida pronto, agradece poco y no se mantiene fiel a menos que lo tengan en nómina o pongan algo en sus manos, abandonar el escenario, aunque sea de forma momentánea, no sería la mejor decisión.
El hecho no es nuevo, igual sucedió en el 1998, y fue cuando José Francisco Peña Gómez tuvo la feliz ocurrencia del financiamiento público.
Pensó que no era apropiado después de pedir en el 1994 y 1996, y tener que hacerse en el 2000, pasar el sombrero en el 1998.
No era conveniente abusar de la generosidad del amigo, y menos sin una victoria para compensar. Las finanzas del Estado fueron la solución.
Esa asignación existe y no hay manera de acrecentarla vía Presupuesto, constituyéndose en la gran diferencia.
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