Por: Claudio Acosta
Espanta la falta de educación, horroriza la ausencia total de cortesía, intimida la agresividad y el desparpajo conque motoristas, deliverys y voladoras, verdaderos exponentes del terrorismo urbano, reclaman su derecho a transitar por donde les de la gana y como les de la gana; pero sobre todo irrita e incomoda que antes los agentes de Amet, y ahora los de Digesett, se comportan como si, ciertamente, estuvieran exceptuados de cumplir la ley por estar amparados en el sagrado privilegio de ser padres de familia.
¿Y qué decir de los graciosos (para no utilizar una palabra impublicable) que aprovechan que una ambulancia se abre paso a golpe de sirena para pegársele detrás como una lapa y adelantársele así a todo el mundo? ¿Y de los desaprensivos (la palabra favorita de los cronistas policiales) que se detienen a conversar en plena calle, de carro a carro, sin hacerle el mas mínimo caso a las airados toques de bocina que reclaman paso hasta que concluye su amena conversación? (Descartado está, en el salvaje oeste dominicano, desmontarse a reclamar o a discutir con los contertulios, pues se corre el riesgo de que nos peguen un tiro en el espacio intercostal izquierdo). Estoy convencido, insisto, de que somos de la manera en que manejamos, razón por la cual resulta a veces deprimente hacer conciencia, en medio del infernal tapón, de la clase de sociedad en la que nos hemos convertido.
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