“Tú tienes el poder de llegar donde quieras”. La frase no encuentra su eco en el vacío de Twitter, sino en el menudo cuerpo de un cuatrocentista imperial. El dominicanoLuguelín Santos, plata olímpica en 2012 con 18 años, quiere pescar en Río el oro con el que soñó desde niño. No hace mucho corría descalzo con los pies ensangrentados.
Fue en los Juegos de Londres cuando todos los sentimientos explotaron. “En pleno calentamiento de la final, empezó a llorar. Me puso un poco en duda, porque él podía haberlo hecho mucho mejor”, recuerda José Ludwig Rubio, el entrenador que dirige su particular lucha contra el destino. “Al final todos nos emocionamos con el segundo puesto”, pero a Luguelín sólo le vale ganar.
La madre de Santos fue el ángel de la guarda que le aconsejó practicar deporte “para evitar caer en los vicios” de los barrios más pobres de su país. Así lo reconoce un hijo agradecido. Su prima, “que hacía 100 metros y salto largo” le habló entonces del deporte rey de los Juegos. Y el cronómetro se puso en marcha. Con el tiempo, el profesor Rubio, entonces presidente de la Federación de Atletismo dominicana, se fijó en él. “No por sus marcas, sino por su seguridad. No respetaba a nadie“, comenta el reputado técnico antes de subrayar una de las primeras frases con las que le recibió su discípulo: “Voy a salir campeón olímpico y batir el récord del mundo de 400”.
Un ciclista excepcional
En el verano de 2008, con Rubio en los Juegos de Pekín, la Federación de Ciclismo dominicana convocó unas pruebas de selección. Y allí apareció Santos, que se apuntaba a un bombardeo. “Nada más llegar, demostró que era un fenómeno yvenció en cuestión de semanas a ‘pistards’ que llevaban años de entrenamiento”, relata un hombre que tuvo que recuperar al velocista para el tartán. No fue una tarea fácil. “Estaban locos conmigo, pero sentía más pasión por el atletismo”, completa el alumno con naturalidad.
En menos de un ciclo olímpico, uno de los entrenadores más respetados de América fue capaz de convertir los más de 50 segundos que tardaba Santos en dar una vuelta al estadio en los 44,71 de 2011. Y llegaron las hazañas. La lección inaugural, entre adolescentes. El de Bayaguana se proclamó campeón del mundo júnior, el primero en la historia de la República Dominicana, en el Estadio Olímpico de Barcelona, en julio de 2012. Era un aviso que pocos captaron.
El cielo fue dominicano
Un mes más tarde, los monstruos del 400 planetario tuvieron un huésped inesperado en el podio de los Juegos de Londres. Ningún dominicano olvidará nunca el seis de agosto de aquel año olímpico, en el que Luguelín regaló a los suyos una medalla de plata a los 18 años como colofón a una jornada en la que su íntimo amigo “el Superman, el superatleta Félix Sánchez” subió al cielo de los 400 metros vallas a las puertas de los 35.
Tras aquellos éxitos, el hambre dejó de ser una sensación física y pasó a ser metafórica. Los pies pararon de sangrar y llegaron los anuncios con las zapatillas de Bolt. “Me llevó bien con Usain, aunque mi inglés no es muy bueno; pero, cuando estamos entrenando en el mismo lugar, no me gusta distraerme ni distraerlo”, indica el flaco que triunfa entre hombres hercúleos, el “chico tímido”con el que bromea el dios jamaicano.
Un elenco de monstruos
El 400 mundial vive días de bonanza con muchos atletas peleando por los puestos de honor. Los 44.11, la mejor marca de su vida, pero que está aún lejos de su máximo potencial, sólo le valieron a Luguelín para terminar cuarto en el pasado Mundial de Pekín en 2015. La gloria está carísima en una prueba que convoca en torno a una misma mesa a una familia interminable de genios. Entre ellos están hombres del nivel de Wayde Van Niekerk, LaShawn Merrit y Kirani James, los tres bajaron de 44 segundos en la última cita planetaria para firmar un podio estratosférico, del que también se quedaron fuera el botsuano Isaac Makwala y el propio Santos.
Tras superar “algunos problemas”, el dominicano es consciente de que el plan de su carrera deportiva tenía una fecha marcada en rojo: agosto de 2016. El margen de error se vuelve infinitesimal con los años. El momento ha llegado. “La vida te pone pruebas, piedras en el camino, para saber si mereces lograr tus sueños“, dice emocionado Luguelín, prescindiendo de la habitual risotada con la que termina la mayoría de sus frases. Esta reaparece cuando se le enfrenta al mito: “¿Que qué diría a Michael Johnson si algún día batiese su récord del mundo? Que tenía que haber corrido en 42 segundos, cuando pudo hacerlo en Sevilla”.
Una gesta superlativa
Sus rivales le admiran, pero ninguno cree que pueda lograr tal gesta. Quizá hasta su propio hermano Juander, también cuatrocentista, dude. Pero sólo hay un hombre en la tierra autorizado para calcular sus límites, su “padre” deportivo. “Le pido que siempre se acuerde de sus raíces, de la época en la que se entrenaba descalzo. Le digo que use esa experiencia de vida a su favor”, confiesa Rubio desde Puerto Rico, lugar habitual de entrenamiento de la pareja.
En Río los huesos de Santos volverán a despreciar las teorías para hacerse en la práctica hueco entre los gigantes. “Tu cuerpo te lleva donde tú le mandes; yo jamás me rindo, prefiero vivir intentándolo“, responde ante la disyuntiva de si prefiere ser oro olímpico o romper la plusmarca del norteamericano. Él lo quiere todo.
Es la filosofía de un héroe del atletismo que dignifica un espíritu olímpico que a veces parecen haber olvidado los rectores mundiales de su deporte. Es una dedicatoria al coraje de un ser extraordinario que no se conformó con las cartas que le habían tocado. Va por Luguelín y su ejemplo. ¡Y por todos los Santos!
FUENTE: MARCA.COM
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