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martes, 23 de junio de 2015

La parte humana ante la regularización

Por: Ramón Antonio Veras



  1. No se discute la naturaleza social del fenómeno migratorio como consecuencia del desarrollo desigual de dos países, como tampoco se pone en entredicho el derecho soberano de cada Estado de regular la presencia de extranjeros en su territorio.
  2. La parte social de la inmigración entraña, necesariamente, a seres humanos como actores; de ahí que al momento de tomar cualquier medida relacionada con ella debe primar el humanismo.
  3. Al parecer, entre los dominicanos se ha perdido el lado humano de ver las cosas. Se hace cuesta arriba creer que el sentido caritativo que históricamente nos ha caracterizado está desapareciendo al no actuar en forma compasiva, que estamos olvidando la sensatez, la generosidad y lo agradable que hemos sido.
  4. No quisiera ni por asomo pensar que de nosotros se está apoderando la parte fea de la especie humana, el egoísmo, la insensibilidad, la dureza y lo desagradable. Sería muy duro que predomine la miseria humana de la arrogancia, el orgullo vano y la insolencia presuntuosa.
  5. Debo decir con toda franqueza que cada día me siento más y más preocupado por el comportamiento de amplios grupos humanos de mi país; por la forma como reaccionan ante la desgracia y el pesar de los demás. No podemos olvidar que el sentir solidario se manifiesta de distintas maneras y su apreciación en contrario se expresa cuantas veces somos testigos de hechos que afectan a otros y no los tomamos como nuestros.
  6. El estado de angustia que he visto en la cara de miles de inmigrantes haitianas y haitianos que muestran dolor, nerviosismo y tristeza por no haber podido registrarse dentro de las exigencias para la regularización de extranjeros, en los plazos establecidos, me ha hecho sentir vivamente lesionado, golpeado como ser humano y como dominicano; de mi se ha apoderado el dolor, la impotencia y el desánimo; me produjo indignación escuchar a una señora con lágrimas en sus ojos, y un niño de meses en sus brazos, desesperada porque se sentía en la obligación de abandonar su hogar y sus ajuares.
  7. Lo que vi en la señora llorando, con su bebé cargado y lamentándose por perder su techo y muebles, me hizo sentir que vivía en un país de insensibles, soberbios, ufanos y petulantes; con condiciones para humillar, rebajar a los más débiles, llevados a la impotencia por algunos de los que aquí gozan vanagloriándose de cristianos y demócratas.
  8. La desesperación de los demás me hiere y empequeñece como persona. No estoy formado para aceptar tranquilamente que el ser humano sea anímicamente azotado, vapuleado, castigado por cuestiones que tienen distintas soluciones legales, sociales y políticos.
  9. En los marcos de la complejidad que entraña el asunto migratorio, por su carácter social, hay que buscarle una salida armoniosa y comprensiva; rodeada siempre de claridad y flexibilidad, en procura de que exista un equilibrio para no lesionar los derechos de personas que, por necesidad económica, han abandonado su lar nativo en busca de una vida menos pesada en lo material y espiritual. 
  10. La ley ha de ser aplicada con sentido humano. Compelir a que en estado de desesperación salgan del país aquellos que con su fuerza de trabajo han contribuido al desarrollo nacional, no es justo; impulsar, constreñir, o de cualquier forma imponer una salida angustiosa a los inmigrantes haitianos, nos hace ver como un pueblo que ha perdido el juicio, la compostura civilizada, el sentido de la transigencia digna y la tradición de pueblo hospitalario; de nación refugio de los desamparados, país receptor de los desabrigados.
  11. Por muy difícil que se presenta la situación económica y social nuestra, y por más que nos podamos amparar en disposiciones constitucionales y legales, no podemos perder la delicadeza como pueblo civilizado; la ternura, el miramiento total hacia los demás; debemos caracterizarnos como personas exquisitas, con miramientos; extraños a la indiferencia, a la desatención, rudeza, vulgaridad y desconsideración.

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