Por: ROSARIO ESPINAL
La expulsión de Hipólito Mejía y Andrés Bautista, y la suspensión de Orlando Jorge Mera y Geanilda Vásquez eran sentencias esperadas. En la lucha fratricida del PRD, cada bando intenta rematar al otro para surgir triunfante.
La facción que lidera Hipólito Mejía se equivocó al sancionar a Miguel Vargas poco después de concluir el proceso electoral de 2012 sin contar con aval jurídico suficiente. Ahora se equivoca Miguel Vargas al expulsar o sancionar a sus opositores. El Tribunal Superior Electoral impidió la sanción de Vargas y le dejó la presidencia del PRD, ¿impedirá el Tribunal ahora la sanción de Mejía y compartes?
Desde hace mucho tiempo, en el PRD no funcionan las instancias partidarias de decisión y control; por tanto, no hay fiscal ni tribunal disciplinario con legitimidad para proceder a sancionar a nadie, y mucho menos cuando los sancionadores y sancionados pertenecen a facciones políticas opuestas que buscan aniquilarse una a otra. No hay un gran líder para mediar y no hay mecanismo democrático confiable para dirimir diferencias.
Lo que sí hay en el PRD es un gran déficit de inteligencia política. Miguel Vargas tiene un déficit de carisma y de formación política, e Hipólito Mejía tiene un déficit de racionalidad política. No obstante, ambas figuras se creen con capacidad para impulsar un renacer perredeísta y llevar el partido a un triunfo electoral. Como no pueden armonizar estrategias ni consolidar fortalezas, se pelean y buscan la aniquilación total. El espectáculo adquiere ya características patéticas.
Miguel Vargas tiene la presidencia legal del PRD pero carece de legitimidad política para ejercer eficazmente sus funciones. Muchos en la dirección y las bases perredeístas le imputan no haberse integrado de manera genuina a la campaña electoral de 2012. Su liderazgo comprado ha quedado debilitado.
Proceder ahora con la expulsión y sanción de los dirigentes opuestos es agudizar un conflicto sin perspectiva de resolución con mecanismos políticos legítimos. Por eso Vargas comete un error al promover juicios disciplinarios con montaje de mal teatro.
Asumir que eliminar temprano una parte importante de la dirección del PRD dará al partido la posibilidad de levantarse con tiempo suficiente antes de las elecciones de 2016, es un cálculo peregrino de la facción de Vargas. El PRD es una vejiga inflada que se desinfla de cualquier pinchazo.
Además, la expulsión o sanción de Mejía y compartes los puede convertir en víctimas, y como sucede con frecuencia en política, las víctimas tienden a recibir de la sociedad un tratamiento balsámico. Por eso, en vez de hundirlo, al cuquearlo, Vargas podría impulsar un renacer político de Hipólito Mejía, por lo menos ante las masas donde prima la emoción política.
El PRD se ha convertido en una vergüenza nacional por más de una razón. Es el partido más antiguo pero el que menos ha gobernado de la trilogía. Tiene más base leal que cualquier otro pero no las convoca para impulsar cambios importantes ni hacer oposición. Era el más progresista del sistema pero abandonó en cada ocasión las luchas sociales.
Cuenta con más líderes conocidos a nivel nacional, pero es incapaz de encontrar una forma democrática de auto-gobernarse. Ha sido el más participativo pero no logró institucionalizar la democracia en el partido ni en el país. Como siempre, es degradado desde dentro y desde fuera.
El PRD es una reliquia maltratada de la política dominicana que ha perdido valor como antigüedad y como novedad. Sus líderes no inspiran; atemorizan o desconciertan. Su historia se diluye en episodios negativos, y su presente no hilvana un futuro de esperanzas para el pueblo dominicano.
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